domingo, 4 de abril de 2021

Castración simbólica y América Latina

"Castración simbólica" es una expresión freudiana que tal vez suene fea (en incluso contradiga otras corrientes igualitaristas de esta época), pero tiene sentido muy práctico para padres y madres. Básicamente, es poner al hijo o la hija en su lugar de chico y chica de la familia y, en contrapartida, distinguir y realzar a los progenitores en la posición superior de pareja, amantes, adultos y autoridades.

Esta castración simbólica -crucial en los primeros 7 años de vida, pero que debería extenderse como eje de las relaciones familiares- debe ser realizada por el hombre (papá) hacia la hija, al decirle con palabras y actos consistentes que su madre es única reina, su mujer, amada y hembra del hogar. Y es realizada por la mujer (la mamá) cuando se trata de un hijo varón, mediante afirmaciones expresas y latentes del respeto hacia el hombre adulto del hogar y macho de la mamá. Por supuesto, el tema no se resuelve con declaraciones "de la boca para afuera", sino con una actitud total coherente, que incluye las expresiones prioritarias de cariño y gusto entre los amantes.

Juan Guillermo Rojas, destacado constelador familiar y psicólogo, explica, a partir de su añosa experiencia con pacientes hispanohablantes, que la castración simbólica se hace mal y mayormente ¡no se hace! en América Latina, lo que sucede con independencia del nivel sociocultural de los progenitores. O sea, madres y padres latinoamericanos, casi sin importar preparación ni formación, somos pésimos para esto, lo que tiene repercusiones psicoemocionales inmensas para la sustentabilidad de la pareja, la convivencia familiar y la adultez de los hijos e hijas.

En el caso de los padres, hay una consabida y nefasta 'tradición' generalizada de abandono de la familia, o bien de enaltecimiento de la hija "princesa" ("mi amor", "mi vida", "la niña más linda", "la única", etc.), en contraste y competencia con "la patrona", "la mano que aprieta", "la policía", etc., que sería la mamá, pareja y amante.

Por su parte, dice el experto, las mujeres adultas "deberían hacerse hembras", pero en general deforman, en el primer caso, hacia "princesas" (venezolanas y colombianas, aunque también se puede dar excepcionalmente en los demás países), es decir, niñas superficiales con dificultad para incorporar la complejidad de la vida adulta, la maduración y el envejecimiento; o bien, en el segundo caso y mayor medida, se convierten en "brujas", "controladoras" y "aseñoradas" (chilenas, peruanas y sobre todo bolivianas), que no saben situarse desde el goce, que anulan e inutilizan a su macho adulto y que simultáneamente generan hijos "mamones" que en su adultez propenden a la dependencia emocional, posesividad, inutilidad, infantilismo e inmadurez (síndrome de Peter Pan).

El terapeuta menciona un matiz -pequeño, pero significante- respecto de argentinas, uruguayas y en parte las brasileñas: "Observa a grupos familiares de vacacionistas de estos países. Es frecuente que, si el niño grita al papá, sea la mamá la que ponga en su lugar al hijo y defienda con mucha fuerza a su pareja, y viceversa, si es que la agresión es cometida por la hija hacia la mamá", comenta el constelador.

Con objetivos comparativos, Rojas señala que, en el caso de las europeas (particularmente, españolas), la autoridad jerárquica de los adultos y el valor central de la pareja están muchísimo más claros. "Mientras en América Latina hay desorden en la ubicación de los roles, lo que evidentemente es más delicado, en Europa en cambio el daño transgeneracional se asocia más con guerras, y todo lo que eso puede aparejar", concluye.

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